Hola, me llamo Alicia y soy bioquímica. Aunque como te podrás imaginar, no soy solo eso. No te voy a decir que soy hija, hermana, madre y esposa, porque eso tampoco me termina de definir y se parece demasiado a un epitafio.

Soy persona. Eso sí. Antes que mujer, bioquímica o cualquier otra cosa.

Durante toda mi vida, como tú, he estado buscando mi lugar, intentando hacerme un hueco. Pero madre mía, es más complicado de lo que esperaba.

Cuando era pequeña deseaba hacerme mayor para poder saber qué es lo que había que hacer en cada momento y poder sentirme segura de mi misma. Pero para mi sorpresa, esa sensación no termina de llegar, y el camino de aprendizaje dura toda la vida.

Y en realidad es bueno. Recorrer ese camino nos enriquece. Equivocarnos (que miedo tengo a equivocarme) son oportunidades de oro para seguir creciendo. Conectar con otras personas nos enriquece. Los nuevos retos. Los viajes.

Llegó un día en el que decidí que mi vida no era suficiente. Era investigadora predoctoral en el 12 de Octubre. Debo decir que mi trabajo me gustaba y me iba bien. Pero no era suficiente. Y es que el trabajo, aunque sea el soñado, no lo es todo.

Empecé a buscar. Me apunté a yoga y empecé a conectarme con mi cuerpo. Luego empecé a bailar tango, me ayudó a conectar con otros y me enseñó el poder curativo de un abrazo. Hice cursos que me enseñaron a relacionarme con mi mente y otros con mi estómago.

Y retomé la costumbre de escribir cartas.

Esas cartas, cuando eran pequeña, me conectaban con mis amigos del cole durante el verano y con los del pueblo durante el resto del año. Era magia. El tiempo se paraba y surgían historias cómicas y sentimientos profundos. Y eso nos acercaba un poquito.

Cuando escribo cartas me lo paso pipa. Cartas y emails. Dicen que si encuentras un trabajo que te gusta, no trabajarás nunca. Es mentira, pero te hace más ameno el camino. Y el mío divertido es un rato.

Apúntate a mi boletín y compartiré la diversión contigo.

Luego, si no te gusta, pues te borras y todos tan amigos.