No sé si a ti te pasa lo mismo, pero cada vez que visito a mis padres me piden que revise mis cosas y que, por favor, me las lleve.
Y a mí, la verdad, no me apetece nunca, porque para un día que les voy a ver, pues prefiero charlar con ellos tranquilamente. Y así pasa una visita, la siguiente, los meses y los años.
La otra escusa que tengo es que mi casa de Madrid es minúscula y no me entra tanta cosa. Pero ya no cuela.
Así que esta vez no me he podido librar y he hecho limpieza de los apuntes de la carrera.
Resumen somero: de cinco cajas, solo me he quedado con una (que no descarto que en un futuro no muy lejano termine tirando). Setenta y cinco centímetros de apuntes para reciclar. Me quedan otras cuatro cajas. No quiero pensar cuantos árboles son.
La verdad es que da pena. Todo el esfuerzo en tomar los apuntes, pasarlos a limpio, hacer resúmenes, esquemas… ¡cuánto esfuerzo! Y ¡cuánto me gustó hacerlo! He de decir que disfruté como una enana.
Pero, ¿sabes lo que ha pasado? Pues que, a parte de los apuntes de las asignaturas que más me gustaron, todo ha terminado en el contenedor de reciclaje.
Todo.
Todo menos las carpetillas de plástico, las de cartulina de propaganda de las academias, ambas para reutilizar, y las hojas escritas solo por una cara, que pienso utilizar como papel en sucio.
Parece mentira que al final me quede con el continente, no con el contenido.
Vale que ahora todo se puede encontrar en internet y que el contenido está desactualizado, pero lo que era importante entonces, no lo es ahora.
Y no sé si a ti te pasa lo mismo, pero esto me resulta cuanto menos inquietante.